Dos momentos vividos intensamente
por el Hno. Gabriel
Hubo
dos momentos entre otros que marcaron bastante al Hno. Gabriel en relación con
la misericordia divina y en los que él se implicó para que las personas
vivieran la reconciliación y la vuelta a Dios.
El
primero de ellos lo vivió en Jeurre (Jura) cuando era joven y estaba en los
comienzos de la fundación de su Instituto. Muchos años después cuenta él mismo
ese episodio de su vida. “En 1822 uno de nuestros antiguos alumnos, al que su
profunda piedad impulsaba a la perfección, entró en una comunidad religiosa
para consagrarse a Dios en ella. Dos años después de su profesión fui a verlo
al monasterio donde vivía. Era dichoso y daba hermosos ejemplos de piedad y
observancia regular a sus Hermanos y conocidos. Yo mismo le tuve por un religioso
santo y lo era efectivamente”. Pero sus Superiores lo pusieron al frente de una
casa donde había una gran biblioteca y el joven religioso se pervirtió leyendo
“algunos libros que contenían el veneno de la inmoralidad y de la impiedad”.
“Estábamos un día explicando el catecismo a los alumnos en la iglesia, continúa
el Hno. Gabriel, cuando, de repente, apareció en el fondo de la iglesia, el
joven del que acabamos de hablar. Cuando terminó la catequesis, entré en la
sacristía, a donde acudió al instante. Nos echamos a llorar al verlo tan
cambiado… (y le explicó lo que le había sucedido…) “Mientras nos contaba esas
cosas, no dejábamos de llorar. Intentamos que se convirtiera hablándole de la
gran bondad de Dios y de su misericordia infinita con los pecadores y
recordándole la maravillosa parábola del hijo pródigo; le ofrecimos,
finalmente, hacer gestiones personales para conseguirle el perdón de sus
Superiores, de modo que pudiera volver al monasterio para reparar allí los
desórdenes cometidos, hacer penitencia y volver a ser feliz donde antes lo
había sido. Pero, aunque su corazón se sintiera conmovido por estas palabras,
todo fue inútil”. El Hno. Gabriel narra también el final infeliz de aquel joven
y previene a los Hermanos contra el peligro de las malas lecturas. (Circular
de1853)
El
segundo caso se produjo en la familia misma del Hno. Gabriel. Su hermano mayor
Francisco descuidaba su vida cristiana. “Nuestro digno Fundador, dice el Hno.
Federico en la Vida, sufría mucho por su causa, se informaba de
vez en cuando, preguntando al párroco de Belleydoux, para saber si aquella
oveja descarriada había vuelto al redil. Pero, desgraciadamente, las respuestas
no correspondían a sus deseos. Le estaba reservado a él mismo llevarlo a Dios”.
En efecto, el Hno. Gabriel lo invitó a pasar unos días en Belley durante los
cuales hablaron y hablaron de todo…y al final el Hno. Gabriel pudo comunicar al
párroco de Belleydoux el resultado en estos términos: "Señor cura, desde
hace muchos años tenía un problema familiar, causado por el descuido y la
indiferencia de mi hermano Francisco en el cumplimiento de sus deberes
religiosos; hoy, sin embargo, tengo la satisfacción de comunicarle que Nuestro
Señor se ha mostrado misericordioso con él. El mismo día que ya tenía billete
reservado en la diligencia para volverse a casa, cayó enfermo. He hecho cuanto
he podido para hacerle comprender lo que podría ocurrirle si le llegaba la
muerte, sin haber puesto en orden su conciencia. Me contestó que hacía tiempo
que lo deseaba y que sentía enormemente su negligencia en hacerlo. Me pidió que
le ayudase a hacer el examen de conciencia y que luego le mandase un confesor. Me
di prisa y avisé al Rvdo. Padre Ducharne, religioso marista y confesor
extraordinario de nuestra comunidad. El enfermo y yo nos hemos sentido
profundamente emocionados por este acto religioso, que espero renueve, de vez
en cuando, en el futuro, según me ha prometido. Confío mucho en que persevere
en estos buenos sentimientos que tiene ahora. (Carta al P. Mermillod, 29 de
Febrero de 1844) De hecho, Francisco murió poco después bien atendido y en paz
en el Hospital General de Lyon.
Un Superior con rostro de padre…
Si
leemos la última parte del texto del Hno. Gabriel sobre el “espíritu de
familia”, vemos que en él el Superior aparece como un padre: “El religioso que
está animado de este espíritu de cuerpo y de familia considera a su
Congregación como su madre y al Superior como padre, que le han engendrado para
la religión » (Circular n° 21, 1864). Al Hermano Gabriel le gustaba
presentarse como un padre entre sus hijos: «Ya que la divina Providencia ha querido,
colocarnos como un padre en medio de sus hijos y como un centinela para velar
por cada uno de vosotros, sentimos la necesidad de cumplir con celo y fidelidad
a los deberes que tal misión nos impone, aunque está muy por encima de nuestros
méritos y de nuestras fuerzas» (Circular n° 5, 1849). Y como tal invitaba cada
año a los Hermanos a reunirse en torno a él: “Quien
os invita es un amigo y un padre amante. Además es tan agradable para los
Hermanos reunirse bajo un mismo techo y orar ante el mismo altar que, tal como
lo pensamos, cada uno de vosotros acudirá a nuestra invitación con gran alegría
y diligencia” (Circular n° 4, 1846). Y así quería ser visto y considerado por
los Hermanos: “Vuestras felicitaciones nos agradan mucho, porque brotan del
fondo de vuestro corazón. Esos sentimientos hacia nosotros, queridos Hermanos,
nos hacen felices y nos ayudan en medio de nuestros trabajos y de nuestras
penas; nos demuestran además que estáis todos animados de buen espíritu y que
sabéis ver en nosotros un amigo y un padre, como también vuestro Superior.”
(Circular n° 17, 1861)
Que recibe el perdón de Dios en el
sacramento e invita a los demás a vivirlo
Tenemos
en la Vida del Hno. Gabriel este
testimonio impresionante: “El P. Desseignez, su confesor, nos dijo, algún
tiempo después de su muerte: "¡Qué fe tan grande tenía el Hermano Gabriel
en el sacramento de la penitencia! Así como era firme, cuando se trataba del
gobierno de su Instituto, así también era humilde y sumiso, cuando se
encontraba ante su confesor: era un verdadero cordero. Podían percibirse claramente
dos hombres en él: el cristiano perfectamente sumiso, por una parte, y el
hombre encargado de dirigir una comunidad, por otra".
Con
sus enseñanzas el Hno. Gabriel trataba de que los Hermanos vivieran como él los
sacramentos de la eucaristía y de la reconciliación. “Hay dos sacramentos en
los cuales el religioso debe fijar su atención de manera especial, puesto que
por su estado de vida está llamado a recibirlos con más frecuencia que los
demás fieles. Estos sacramentos son la penitencia y la eucaristía. En estos dos
sacramentos Jesucristo nos manifiesta especialmente su misericordia y su
infinita bondad” (NG 410). “Nada hay en efecto, más agradable a Dios que la
disposición de un hombre que, reconociéndose pecador e indigno de toda gracia,
hace de su misma indignidad y miseria un motivo para presentarse ante la
infinita misericordia que ni los mayores crímenes pueden agotar; ante una
misericordia que invita con ternura inconcebible a los pecadores más
desesperados y que se comunica a ellos en la medida de su confianza” (Circular
n° 21, 1864)
El
Fundador aprovechaba sobre todo los retiros para estimular el fervor de sus
religiosos. Digamos que no se cansaba de recomendarles el arrepentimiento. Les
repetía con frecuencia: "Es lo más importante del sacramento de la
Penitencia y también lo más difícil de conseguir, porque, ¿cómo puede uno
detestar y aborrecer aquello mismo que ha amado, a no ser por una gracia muy
especial de Dios? Será este un medio excelente para prepararos al retiro
durante el cual tendréis que purificar vuestras almas en las divinas aguas del
sacramento de la penitencia, que Jesucristo instituyó en su gran misericordia,
para perdonar nuestros pecados, los cuales nos cerrarían la puerta del cielo”. (Circular
n°20, 1863). En esa misma circular les transmite esa experiencia profunda de la
misericordia de Dios: “Veremos a Dios y en Dios admiraremos las efusiones de su
bondad divina sobre nosotros, durante nuestra vida. Veremos cómo, al mismo
tiempo que pecábamos Dios prodigaba en favor nuestro innumerables muestras de
su misericordia infinita, que nos llamaba con gran solicitud, después de haber
caído nosotros; que nos buscaba con mucho interés, después de haber huido de
él; que nos aguardaba con enorme paciencia, cuando le hacíamos esperar; que nos
recibía con singular ternura a nuestro regreso” (Circular n°20, 1863)
Que sigue los pasos del buen pastor
e invita a los Hermanos a hacerlo también
Decía a los Hermanos: “Nuestro cargo nos
obliga, como al buen Pastor, a velar constantemente para que cumpláis a
conciencia y con santo ardor todas las obligaciones que habéis contraído al
abrazar la vida religiosa. Por nuestra parte, deseamos cumplir, en cuanto esté
en nuestro poder, esta misión y tenemos la satisfacción, queridos Hermanos, de
que en general hacéis lo que Dios y nuestro estado de vida exigen. Continuad
siendo buenos cristianos y buenos religiosos, pues solamente por ese camino
podéis vencer al enemigo de la salvación y de vosotros mismos, ser amigos de
Jesús y herederos del paraíso, que todos debemos conquistar con una vida santa
y a precio de nuestra sangre”. (Circular n°6, 1850).
Y
como aplicación concreta su biógrafo decía: “Semejante al Buen Pastor, nuestro
venerable Padre deja todo para ir en busca de la oveja descarriada o en peligro
de perderse. Un Hermano Director vivía en esta situación. Este pobre Hermano,
hacía años que, desgraciadamente, había dejado de ser franco y sincero con su
Superior. No queriendo ser infiel a su vocación ni tampoco ir a Belley y contarle
su triste estado, decidió con buen criterio enviar unas líneas al Fundador,
exponiéndole globalmente su caso y su deseo de obrar bien. El Fundador, que ya
estaba algo preocupado por el Hermano en cuestión, viendo la mano de Dios en
aquel breve recado, no perdió el tiempo, le citó inmediatamente en la ciudad de
X, varias leguas distante de Belley, y allá se fue él solo, sin perder un
instante. Se entrevistó con el Hermano, que encontró en su Superior la bondad y
la ternura del Padre del hijo pródigo. Recuperó la paz d su alma, la felicidad
que había experimentado al comenzar su vida religiosa y, lleno de alegría,
volvió a su trabajo”.
Y
recomendaba a todos los Hermanos esa misma actitud del Buen Pastor respecto a
los compañeros en dificultad: “Antes de dejar vuestro puesto de trabajo, mirad
a vuestro alrededor y ved con los ojos de la caridad si no hay alguna oveja que
quiera escaparse o extraviarse del querido rebaño que el Señor nos ha confiado,
aunque seamos indignos de ello. Si lográis encontrar alguna que quiere huir, corred
tras ella, y, si tiene miedo, infundidla serenidad. Si no puede caminar,
cargadla sobre vuestros hombros y traedla. Así seréis semejantes al divino
Pastor de las almas. Sí, queridos Hermanos, traed con vosotros a ese Hermano
que es como la oveja de que acabamos de hablaros… Asegurad también a ese
Hermano infiel que lo recibiremos con bondad, que tendrá cabida en nuestro
afecto paterno y que como las demás ovejas del rebaño, será admitido durante el
retiro a los pastos del Señor, quien le ayudará con su gracia y lo fortalecerá
con sus sacramentos”. (Circular n°10, 1854)
Pero en algunos casos la actitud del Buen Pastor no
puede llegar hasta transigir con el mal y entonces tiene que exhortar y
corregir. Así lo vemos por ejemplo en el caso del mal comportamiento de algunos
Hermanos: “Las noticias que me da y que agradezco me apenan y llenan mi corazón de
tristeza. La gracia, más que nuestras advertencias comunes, podrá hacer volver
al cumplimiento del deber a los dos pobres jóvenes; unamos nuestras oraciones para
obtener este don del cielo y para que no resistan más a la gracia. Les
advertiré enérgicamente, y si veo que su venerado capellán y yo predicamos en
el desierto, actuaré sin misericordia y terminaré, no cambiándolos, sino
despidiéndolos del Instituto, pues me siento totalmente burlado cuando se
apartan de la Regla. Téngame al tanto de su conducta, y que sepan mi
determinación”.(Carta del 03-06-1848 a la Hna. Superiora de las Hermanas de la
Caridad de Beaune (Côte-d’Or). “Aunque algunos no tengan una conducta
como yo quisiera, su gran caridad, aun con estos, me ha hecho ser indulgente
con ellos, recordándome los pasajes evangélicos en que el Señor se muestra
misericordiosos con los pecadores. Es fruto de su paternal bondad, Sr. Cura, me
ha profundamente emocionado. Seguiré sus consejos y usted recibirá como yo la
recompensa del Padre Celestial. Seré indulgente, pero sin debilidad y con
discernimiento, pues a veces es necesario una cura y separar del rebaño las
ovejas sarnosas. (Carta del 30-11-1863 al Sr. Párroco de Saint-Augustin,
París).
Que sabe usar la
medicina de la misericordia
Dice el Hno. Federico: “El Fundador
se compadecía de los pecadores arrepentidos, actitud por la que le criticaron
algunos. La humildad del culpable y su arrepentimiento le impresionaban, sobre
todo preveía un buen comportamiento en el futuro. Había aprendido de su Obispo
a obrar así. Le decía al H. Gabriel: "¡Cuántos pecados mortales evita Vd.,
obrando con comprensión! Y, aunque no evitase más que uno solo, ya tendría que
estar muy contento". Fiel a esta recomendación, el piadoso Fundador era
delicado con los pobres culpables. Jamás se atrevió a romper la caña quebrada
ni a extinguir la mecha humeante, sobre todo si, en una primera falta grave, él
descubría más debilidad que malicia. Perdonaba, pues, muy a gusto. Pero cuando
se daban casos de obstinación o se recaía una y otra vez en las mismas faltas,
cumplía con su deber, sin permitir que una oveja apestada permaneciera entre
sus Hermanos. No todos aprobaron esta manera de proceder; también en el
Evangelio vemos que San Juan y Santiago pedían al Señor que hiciera caer fuego
del cielo sobre las ciudades que no aceptaban su mensaje. El divino Maestro les
reprendió y les dijo que Él no había venido a condenar a los hombres sino a
salvarlos; que tenían que examinar qué espíritu los movía a ellos. Esto le
sucedió, sobre todo, al principio, cuando Mons. Devie, a veces, intercedía en
favor de los culpables. Digamos que, cuando se trataba de faltas contra las
buenas costumbres, la expulsión se hacía incuestionable. Sin embargo, creemos
que el Fundador se excedió algunas veces, sobrepasando las orientaciones
recibidas”.
Que pide y ofrece el perdón
“Pedía
perdón a cualquier Hermano a quien hubiera hablado algo ásperamente”,
testimonia el Hno. Prudencio Arod, y añade un poco después: “Bajo maneras que
podían parecer un poco bruscas a algunas personas delicadas, se veía aparecer
en él con frecuencia la amable virtud de la mansedumbre”.
En la correspondencia del Hno. Gabriel encontramos con
frecuencia peticiones de perdón; algunas pueden considerarse una expresión de
buena educación ante fallos de puntualidad u otros. Pero hay otras ocasiones en
que la petición es más formal y se siente el arrepentimiento. Escribe a Mons.
Devie: “Que
se cumpla su voluntad, Monseñor, y la de Dios y no la del pobre Hno. Gabriel
que le pide perdón por las múltiples impertinencias que le causa y que valora
siempre el precio de su celo y caridad por nuestra congregación de quien es el
alma. Quedo de Su Excelencia, humilde y obediente hijo”. (Carta del 28/01/1839)
En
muchas otras ocasiones ofrece un generoso perdón, aun en circunstancias
difíciles:
“Sr. Cura: Le confieso cuánta fue mi pena por su comportamiento inesperado
con nuestra Sociedad y su Superior por los despropósitos de un hombre de su
rango. Le diré, Sr. Cura, que me veo obligado a romper toda relación con usted
y que no enviaré ningún Hermano a su parroquia. Si supiera que alguna persona y
especialmente que alguno de sus respetables hermanos en el sacerdocio se
hubiera escandalizado por sus palabras para desacreditarnos, hace tiempo
hubiera avisado a sus Superiores eclesiásticos, pero no he querido dañarlo. En
muchas oportunidades hablé bien de usted, lo elogié y no me arrepiento, pero si
de su parte no hizo lo mismo respecto a nuestra Sociedad y su Superior, al
menos no tendría que haber hablado mal, ni apartar de su vocación a los dos
Hermanos que le había confiado, la caridad y su carácter sacerdotal se lo
prohíben. ¿Cómo quiere que después de semejantes cosas tenga la fuerza para
enviarle Hermanos de una Sociedad que usted ha desacreditado? Con gusto hubiera
enviado dos a Gaillard en la forma que usted proponía en su última carta; bajo
todo punto de vista todo hubiera ido mejor, pero ¿qué bien harían si usted les
inspira desprecio por sus jefes y si daña su prestigio? Mi carta le dice cuánto
me ha apenado su proceder, pero creo que le escribo sin amargura; Dios será
nuestro Juez. Quiera Él perdonarlo como yo le perdono de corazón el mal que, le
aseguro, nos ha causado” (Carta del 23/10/1849 al P. Revollet, Párroco de
Chêne-Thonex, Suiza).
Cuando se trataba de los Hermanos, el tono era igualmente directo y cuando
había que corregir errores no dudaba en hacerlo. El perdón cristiano producía,
sin embargo sus efectos como lo vemos en las dos cartas siguientes. “Querido Hermano: Usted me ha tenido bastante
preocupado estos días. Estaba convencido de que vendría al noviciado el domingo
pasado, y en lugar de eso ha tomado el camino hacia Beaune, y ni siquiera me
dice en qué barrio de la ciudad se ha alojado. Su conducta, infortunado
Hermano, ha sido muy deplorable en los tres últimos lugares en donde ha estado
trabajando. Pero incluso aunque haya sido peor no es motivo para que usted se
desanime. Es mi deber invitarlo a entrar prontamente en estado de gracia con
Dios. Él es tan misericordioso que olvidará todo si de verdad acude a Él con
sinceridad. En cuanto a mí, le concederé gustoso el perdón; pero es necesario
que se apresure a regresar a la Casa Madre sin ninguna demora. Se lo estoy
ordenando; sus votos de religión, que existen, también lo obligan en conciencia
a ello. Le deseo el bien y estoy sinceramente interesado por usted. Los más
grandes pecadores se han convertido en los mayores santos; y espero, querido
Hermano, que se convierta en uno de ellos, pero no debe
renunciar a su vocación… (Carta
del 20/04/1853 al Hno. Luis Moissenet, Beaune (Côte-d’Or). Y esa actitud
característica del Hno. Gabriel que sabía conjugar las exigencias de la
justicia con la indulgencia y el perdón daba sus buenos frutos. “Rvda. Madre: Su
carta trajo la alegría a mi corazón; creía que estaban en dificultades ya que
no recibía noticias del establecimiento de los Hermanos ni de los nuevos de
este año. La noticia del arrepentimiento de Moissenet y su deseo de entrar me
ha emocionado vivamente. He pensado en la misericordia de Dios con los
pecadores y en la parábola del Hijo Pródigo, y mis ojos se han llenado de
lágrimas. Sí, Hermana, estoy dispuesto a perdonar a este desgraciado y a reintegrarlo
en la Comunidad que ha deshonrado y afligido, lo mismo que a mí. Recibiré con
alegría a la oveja perdida, y si estuviera libre, iría a buscarla y la traería
sobre mis hombros al redil de donde el demonio la había alejado” (Carta del
17-01-1854 a la Madre Arnoux, Superiora de las Hermanas de la Caridad de Beaume
(Côte-d’Or).
Oras veces las exigencias de la justicia y el cuidado y protección que el
Superior debe ofrecer a sus Hermanos lo colocaban en situaciones difíciles de
resolver, donde se requería un fino discernimiento para no herir a ninguna de
las partes. Tal fue el caso en el delicado asunto de los tres Hermanos que se
presentaron en lugar de otros a un examen para obtener el título de maestro. Es
lo que testimonia esta carta dirigida al Rectore de la Academia del Ain: “Sr.
Rector: En la carta que le dirigí el 28 de abril último, le di a conocer
confidencialmente la sospecha de los tres Hermanos que debieron presentarse en
el mes de marzo pasado ante la Comisión de Instrucción Primaria de la Drôme,
para obtener el certificado de capacidad. Se tenían sospechas de que en lugar
de presentarse ellos mismos se habrían hecho reemplazar, sin saberlo yo, por
otros que hicieron el examen. Después de indagaciones para asegurarme de ello,
he llegado a descubrir que en realidad los tres obraron fraudulentamente. Esto
me ha molestado y consternado. Por lo tanto, no pudiendo aprobar el hecho que
pudo dar motivo a críticas para la Asociación y queriendo dar una lección a los
Hermanos, he excluido a los culpables sin misericordia aunque hasta ahora nada
había de condenable en su conducta. He creído en mi deber, Sr. Rector,
denunciar el hecho, como lo hice al Sr. Rector de la Academia de la Drôme. Deseo,
en razón del bien, que este fastidioso asunto no transcienda; le suplico al
menos que no dé a conocer que los tres jóvenes pertenecen a nuestra Asociación.
También le estaré sumamente agradecido si insiste diciendo que desaprobé el
hecho, castigando su conducta en cuanto lo supe. Como le comuniqué, Sr. Rector,
en una carta anterior, reemplacé a Trève en Ambronay por un Hermano que cumple
las exigencias legales. A Gaillard, que enseñaba en Songieu, lo reemplacé
inmediatamente por el Hno. Francisco Basilio Jolivet. Tenga, Sr. Rector, la
bondad de autorizarlo provisionalmente para ese puesto hasta las vacaciones;
aunque no tenga diploma, tiene todas las condiciones para dar clase. Con
profundo respeto soy de usted, Sr. Rector, el humilde y atento servidor. Hno.
Gabriel (Carta del 21-05-1854 al Sr. Laville, Rector de la Academia del Ain,
Bourg).
A pesar de todo, lo que prevalecía en el Hno. Gabriel era la actitud de
misericordia, como él mismo lo dice a la Madre Arnoud: “Sin embargo, Rvda.
Madre, toda mi vida he tenido predilección por la misericordia”. (Carta del 06-03-1853 a la Superiora
de la Caridad de Beaune (Côte-d’Or). Es lo que muestra una vez más en
relación con la vuelta de los Hermanos que había enviado a Estados Unidos: “Abran los ojos, queridos Hermanos, vuelvan a su
comunidad, a su legítimo Superior, vuelvan al Señor. Grande es su misericordia.
En cuanto a mí, les ofrezco el perdón, a su Director y a ustedes a quienes
dirijo la presente. Ya que no pueden hacer el bien en América porque no han
sabido vivir en comunidad y que é1 no quiere encargarse de ustedes, no pudiendo
enviar otro director, considerando que su situación es precaria desde el punto
de vista material y que no me es fácil visitarlos para velar por el orden y la
disciplina del establecimiento y su conducta, comuniqué al Hno. Cirilo, a
ustedes y al nuevo Obispo de Saint-Paul, sobre la conveniencia de su vuelta
(Carta del 20-02-1860 a los Hnos. María-León Gallioz y Ernesto Perret,
Saint-Paul de Minnesota).
Que es comprensivo con quienes se
retiran de la Congregación
La Bula del Jubileo nos recuerda: “No será inútil en
este contexto recordar la relación existente entre justicia y misericordia.
No son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única
realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud
del amor”.
Este
es el testimonio del Hno. Prudencio Arod, buen conocedor del Hno. Gabriel: “Cuando
algún Hermano se ponía en una situación merecedora de la expulsión del
Instituto, el Rvdo. Hno. Gabriel sufría mucho. Primero lo reprendía y lo
exhortaba y sólo después se decidía a expulsarlo. Pero si el Hermano daba
muestras de arrepentimiento y parecía decidido a corregirse, el Superior
renunciaba a su severidad; en seguida se dejaba tocar el corazón, y pronto le
ofrecía de nuevo su amistad”.
El Hno. Federico en la Vida había dejado esta anotación: “El
corazón del Fundador se emocionaba mucho, al ver la desdicha de aquéllos que
habían tenido la desgracia de ser excluidos de la Congregación o que habían
decidido por propia voluntad salir de ella, sin razones verdaderamente sólidas
y justas. No los perdía de vista ni a unos ni a otros, a no ser que fueran ellos mismos los que evitasen
relacionarse con él; les hacía llegar la ayuda de sus consejos en las
dificultades o malos momentos en que pudieran encontrarse.” Y en el cuaderno
sobre las virtudes del Hno. Gabriel dejo solamente esbozado un capítulo sobre
este mismo tema con algunas cartas que citamos más abajo y que completamos con
algunas otras. “Cuando un Hermano que había salido de la Congregación, prosigue
el Hno. Federico, recuperaba sus mejores sentimientos, reconocía su falta o se
había comprometido en el servicio militar, continuaba dándole consejos, sí no
podía recibirle de nuevo en la Congregación; obraba de la misma manera, cuando,
dada la situación, aquél ya no podía volver a ella. ¡Cuántas cartas encontramos
en su correspondencia en las que, después de haberle hablado al culpable sobre
sus errores, inconstancia o apostasía, le anima, le consuela, le dice que,
después de haber fallado en su vocación, al menos, debe vivir como buen
cristiano, indicándole el medio de hacerlo!
“Querido Hermano: Me agrada darle todavía este amable nombre, tan querido a
mi corazón, aunque usted lo despreció en perjuicio de su alma. Estaba informado
pero no pude responderlo enseguida. La carta que me envió me causó alegría,
aunque está llena de impertinencias y de vanos pretextos para disculparse de
sus fechorías sobre sus santos compromisos. Esto no está bien, mi querido
Hermano; sin embargo, lo perdono por su edad y por su carácter tan petulante e
irreflexivo. Como está todavía en el período de sus votos, le recuerdo el hogar
de la Sagrada Familia. Lo hubiera hecho más temprano si mi hubiese dado signo
de vida, o si hubiese sabido dónde ubicarlo. Sí, mi querido Hermano, vuelva a
mejores disposiciones. Yo olvido el pasado, lo reintegraré, y espero que en
adelante todo irá mejor. Con esta paternal invitación, me da la impresión de
que usted corresponderá. Es su deber y su interés. Deje de lado las inútiles
consideraciones humanas, para dirigirse en adelante por la gloria de Dios y su
salvación. Si tiene oportunidad de ver a su digno tío sacerdote, preséntele mis
respetos y mis buenas disposiciones hacia él. Rezo a Dios, mi querido Hermano,
para que lo ilumine y le dé la gracia de cumplir su santa voluntad en todo. Con
todo mi religioso afecto. Hermano Gabriel, Superior (Carta del 13-03-1850 al
Sr. Bouchard (ex Hno. Adolfo), Maestro en Dampierre-sur-Salon
(Haute Saône).
“No quiero terminar, mi querido Hermano, sin proporcionarle una consolación
muy preciosa a los ojos de las personas de fe. Créame que le deseo sinceramente
que Dios le conceda, en su incomparable bondad, el perdón de todas las ofensas
a este respecto. En cuanto a mí, le perdono de todo corazón todas las ofensas
que me hizo y todas las molestias que injustamente me causó, como también a la
Sociedad. Le deseo, además, que volviendo pronto a la amistad con Dios, se haga
digno de su protección. Adiós, mi querido Hermano. Ya no soy su Superior, pero
seré siempre su amigo”. (Final de la carta del 04-02-1851 al Sr. Peyssel (Ex
Hno. Esteban), Maestro en Boneville (Saboya).
P.D. Querido hijo: Sus dos cartas, sobre todo la segunda, me han causado
gran alegría. No dudo de la sinceridad de su arrepentimiento y de que llegará
un día a ser ejemplo modelo para aquellos a quienes ha apenado tanto por su
inconstancia y por su deserción escandalosa. El amor sincero que le he tenido
siempre me obliga a perdonarle y a admitirle nuevamente en su apacible,
tranquila y loable vocación; pero, a pesar de mi buena voluntad, no puedo
enviarle dinero, pues esto es contrario a nuestros votos y Reglas; ( Carta del 28-02-1844 al Sr. Lorenzo Rey, en
casa de la Sra. Foissard, París.)
Pero, como se ha dicho más arriba, no todos compartían la actitud
indulgente del Hno. Gabriel. Así lo dice una carta escrita por uno de sus
colaboradores: “Querido amigo: Usted hizo una tontería renunciando a la
vocación religiosa. No me extraña que esté arrepentido y que me pida entrar de
nuevo. No estoy dispuesto a recibirlo por su ligereza y su inconstancia. No hay
otro sino nuestro buen Superior, lleno de bondad y de ternura, para tenderle
una mano de misericordia. Ya que pide insistentemente que le perdone y que le
reciba de nuevo, creo que no estaría mal que se presentara a él para entenderse
sobre su próximo retorno a la Sagrada Familia, siempre que se crea digno de
este nuevo favor. Usted podría encontrar al Superior entre el domingo de Ramos
y el de Pascua; pasado este tiempo no estará disponible aquí, por coincidir con
la visita a los establecimientos. Lo saludo sinceramente, y rezo para que Dios
lo ayude. (Carta del 10-03-1850 al Sr. Antonio Vuillerme, residente en Puy,
aldea del municipio de Coise, para su Hno. Luis (ex Hno. Gilberto).
Algunas respuestas que recibía el Fundador eran también muy significativas.
“Querido Padre, Nunca jamás llegaré
a quererle como Vd. me quiere. Porque, ¿qué padre muestra a su hijo una ternura
y una bondad semejantes a las suyas? ¿Qué padre habría hecho por mí lo que Vd.
hizo, mientras permanecí a su lado?... Querido Padre, deseo de todo corazón que
Dios le conserve la salud y que pueda disfrutar de muchos y felices años".
(Toulouse, 30 de Abril de 1853)
“Reverendo Padre, El mismo respeto,
el mismo agradecimiento, el mismo amor filial que me movieron siempre a
enviarte mis mejores deseos, son los únicos motivos que me impulsan otra vez
más a pedirle que siga creyendo que los sentimientos más afectuosos, el
agradecimiento más profundo harán palpitar siempre mi corazón, al pensar que
formé parte de sus hijos en Jesucristo. ¡Qué recuerdo, a la vez tan agradable y
doloroso el mío!... ¡Qué desgraciado el hombre que se deja vencer por la
inconstancia! El religioso que se siente verdaderamente unido a su vocación y
que la ama sinceramente es, sin duda alguna, un hombre mimado por Dios...
Perdone, querido Padre, si termino mi carta bruscamente; es que no tengo fuerzas
para continuar escribiendo" (Viry, 25 de Diciembre de 1854)
...Sí, querido Padre; me resulta
agradable llamarle así todavía, con este nombre tan querido para mí, a Vd. que
me 'educó y que, durante tantos años, me dio hermosos ejemplos de virtud.
Reciba el cariño y la amistad que le profeso y le profesaré durante el resto de
mi vida. Paso a contarle, como haría un buen hijo con el mejor de los padres,
todo lo que me ha sucedido, desde que tuve la desgracia de salir del Instituto
de la Sagrada Familia... (Annecy, 30 de Diciembre de 1863)
Que
practica las obras de misericordia
El papa Francisco propone para el jubileo de la misericordia
una reflexión sobre las llamadas obras de misericordia; es la forma de llevar a
la práctica el gozo de haber encontrado la misericordia del Padre. “Es mi vivo
deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras
de misericordia corporales y espirituales. Será un
modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama
de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los
pobres son los privilegiados de la misericordia divina”.
El Hno. Gabriel, consciente de la
situación en que le tocó vivir, percibió muy pronto la llamada a organizar la
actividad en favor de los otros: “Desde nuestra más tierna juventud comprendimos cuán útil
y qué grandes servicios podía prestar una Sociedad religiosa de Hermanos que
tuviese al mismo tiempo el objetivo de instruir a la juventud, el servicio de
las iglesias y cantar las alabanzas de Dios” (Autobiografía, primera
redacción).
Sabemos que al principio su proyecto era muy amplio y
abarcaba “toda clase de buenas obras”; y que solo más tarde definió con más
precisión sus contornos. En las Constituciones de 1836 escribe: “Si es un honor servir a Jesucristo en sus miembros
enfermos sobre la tierra, es también un medio seguro para hacerlos semejantes a
él, pues, según la palabra de San Juan Crisóstomo nuestro Señor no dijo:
"Si hacéis ayuno, si oráis, si sois castos, si os cargáis de rudas
disciplinas seréis semejantes a vuestro Padre celestial", sino que dijo
expresamente: "Sed misericordiosos como mi Padre es misericordioso".
"La misericordia para con los pobres, sobre todo para con los que están
enfermos y los que están presos, es la obra de Dios", dice el santo
doctor” (Art. XXVIII).
Una obra de misericordia que el Hno.
Gabriel practicó de forma muy concreta fue la acogida de huérfanos en la Casa
Madre, ya en Belmont y luego en Belley (además del servicio que los Hermanos
prestaron en varios orfanatos). Veamos algunas expresiones: “Sr. Canónigo: Acabo de
recibir al niño de quien me habló y por el que usted se interesa. Su llegada ha
alegrado la casa, sobre la cual atraerá las bendiciones del cielo. No se
equivocó, Sr. Canónigo, en su juicio sobre el niño, pues ya he observado su
espíritu, espero mucho de él. Bendito sea Dios. No tengo las virtudes ni la santidad
de San Vicente de Paúl para atender como él a los pobres huérfanos, pero si
Dios quiere servirse de mí y de mis Hermanos para satisfacer los deseos de
nuestro santo Obispo, poniendo en esta diócesis los cimientos para una casa de
asilo para huérfanos, me ofrezco de todo corazón, contando infinitamente con la
misericordia divina y no con lo que yo puedo hacer. Nada omitiré para bien de
este niño, ni para el de los que la Providencia pueda enviarnos. Obraré como
padre, haré todo por su bien espiritual y temporal. Los Hermanos compartirán
sus preocupaciones, se lo aseguro. (Carta del
24-02-1839 al P. Girard Secretario del Obispado). “Sr. Presidente: Recibí su amable carta en la que
me da a conocer su laudable y útil actividad a favor de los huérfanos y los
niños pobres de la ciudad, nada más agradable a Dios, nada más ejemplarizante y
útil para los niños pobres que la obra en que trabaja con tanto celo, con la
ayuda de Monseñor y del Sr. Alcalde. Esta empresa tendrá dificultades en el
origen, pero no dudo que será conveniente y coronada con el éxito, y los que
hayan trabajado tendrán su mérito a los ojos de Dios y de la Patria y
aplaudirán su beneficencia. Nuestra Sociedad estará a sus órdenes con alegría,
dichosa de poder trabajar con usted para roturar un terreno árido y duro, no lo
dudamos, pero con entusiasmo y perseverancia recogeremos un día frutos
abundantes para la eternidad. Carta del 17-09-1847 al Sr. Fontenay, Presidente
de la Conferencia de San Vicente Paúl, Autun (Saône-et-Loire).
Otra obra de misericordia menos
conocida y más delicada que el Hno. Gabriel se proponía era la atención a los
sacerdotes en dificultad, a pesar de los problemas a los que se exponía, y de cuya
complejidad y extensión era muy consciente, como lo manifiesta la carta siguiente,
a Mons. Billiet, arzobispo de Chambéry (Saboya):
“Monseñor: He admirado siempre su celo para no
admitir malos sacerdotes en su diócesis, ni en nuestra Congregación. Dios le
bendecirá, por lo que a nosotros respecta, se lo agradezco sinceramente. No nací
en este siglo y en mi carrera he aprendido lo que es capaz de hacer un mal
sacerdote, por lo mismo lo temo tremendamente. Por mí mismo sé la misericordia
de Dios por los que le olvidaron. Habría perdonado a Judas si no se hubiera
desesperado.
Poniendo al sacerdote arrepentido en lugar seguro, como por ejemplo una
comunidad religiosa, como Tamié, alejado así de todo contacto y relación con la
gente del mundo y vigilado en todo momento, creo, Monseñor, que se le puede
hacer un santo y utilizarlo en el lugar retirado. Es, según parece, lo que
desea al P. Hurtault.
Los malos informes que recibió a su respecto y que Su Excelencia me ha
comunicado, no son informes que me impidan guardarlo. Hay en París 500 o 600
sacerdotes suspendidos, que llevan una vida tan escandalosa como deshonesta; es
esta irregularidad y el abuso de la gracia que los condujo a ello. No condeno,
lejos de mí, a los Obispos que los suspendieron y desecharon, pero si esos
sacerdotes hubieran sido animados como el P. Hurtault y dispuestos a la vida
religiosa y retirada, hubiera valido más para atraerlos a Dios en un monasterio
menos riguroso que la Trapa. Por otra parte, Dios quiere la conversión de los
pobres pecadores, la de uno solo da más alegría que a perseverancia de 99
justos. Este pensamiento, Monseñor, me impresiona de tal manera que si no
tuviese tanta edad, haría lo posible para recibir las Ordenes Sagradas y
consagrar el resto de mis días a la conversión de los pobres pecadores, sobre
todo de los malos sacerdotes. A éstos los llevaría a la soledad de Tamié para
prepararlos a la eternidad y hacer que les fuera favorable el juicio de Dios.
Al día siguiente de que el P. Hurtault tuvo el honor de ver a Su
Excelencia, contrajo la tifoidea. Ha estado tan enfermo que los médicos
desesperaron. Se le cuida día y noche y aún ahora no está fuera de peligro. No
le he notificado su informe, pues, hombre sentimental, tengo miedo de empeorar
su estado que no es tranquilizador. En todo caso esta enfermedad le habrá
santificado, es mi esperanza.
En su informe he visto el triunfo de la fe. Dios misericordioso quizá ha
querido purificarle y arrepentirse de su pecado. Cuántas veces le oí estas
palabras: “Dios mío, ten piedad de mí, perdona mis ofensas, estoy resignado a
morir si las olvidas”. Otras veces decía: “Señor, si me devuelves la salud, la
emplearé en llorar mis faltas y trabajar para que sea alabado y bendecido por
todos los que vengan a mí”. Este padre está muy instruido, nos damos cuenta
todos. Verdaderamente nos sería útil en Tamié para muchas cosas, si recobrara
la salud, pero, Mons., no le admitiré nunca sin su consentimiento formal y sin
que pueda confesar, al menos, a los que habitan la casa y quieran dirigirse a
él. Trataremos de regularizar su situación por el Obispo de su diócesis natal o
por Roma.
El P. Chamousset, su Vicario General, me ha mandado las cuentas; según
ellas debo 45 frs.; los enviaré en la primera oportunidad y mandará el recibo.
Dígnese aceptar los humildes y respetuosos homenajes con los cuales soy de
su Excelencia el humilde y obediente servidor. Hno. Gabriel. (Carta del 04-02-1858)
“La
misericordia es propia de Dios”
Terminamos con una meditación del
Hno. Gabriel sobre la misericordia de Dios propuesta a los que hacen el retiro
con el libro El Ángel conductor de los
peregrinos de Ars.
“SEGUNDO PUNTO. Considere cuál es la conducta de
Dios con los pecadores, nada es más llamativo. En lugar de dar la espalda a sus
criaturas y aniquilarlas, se complace no solamente en perdonarlas, sino que
además las ama, no como pecadores, sino como miserables; ahora bien, la
misericordia es tan propia de Dios que, según Tertuliano, es negar a Dios,
negar que sea misericordioso. Toda potencia ama a su objeto: la miseria es el
objeto de la misericordia, por lo tanto, Dios que es infinitamente
misericordioso, no puede dejar de tener compasión de los pecadores, que son los
más miserables de los hombres. Haciéndose hombre, se revistió de nuestras
miserias y al mismo tiempo de entrañas de misericordia. Jesucristo ha mostrado
cómo ama a los pecadores al querer morir por ellos; si él no hubiera tenido
nada que ver con el mundo, no hubiera tomado nuestra naturaleza, no hubiera
podido padecer y morir. Durante toda su vida en este mundo ha tenido gran
compasión por los pecadores; permaneció en su compañía, comió voluntariamente
con ellos; dijo que había venido a este mundo por ellos. Jamás desechó a
aquellos que se acercaban a él, al contrario, perdonó a la mujer adúltera que
iba a ser apedreada; también se le reprochaba ser compasivo con ellos, ser amigo
de los pecadores. Todo nos muestra la estima y la ternura que tuvo con ellos,
pero especialmente a través de muchas imágenes y parábolas sobre las cuales
usted debe meditar atentamente”.
Algunas preguntas para la reflexión y el diálogo:
1) En el perfil del Hno.
Gabriel presentado por los primeros Hermanos aparece el rasgo de la
misericordia en estos términos “la
comprensión con los pecadores arrepentidos y el olvido de las injurias” (Constituciones
9). Los textos leídos (y otros que pueden buscarse), ¿te han confirmado ese
aspecto de su personalidad espiritual?
2) ¿Puedes
compartir algún momento de tu vida en el que hayas experimentado la
misericordia de Dios (contigo mismo o con otros)?
3) ¿Cómo
valoras en la práctica el sacramento de la reconciliación?
4) ¿Qué versión
actual y concreta podemos dar de las “obras de misericordia”, personal y
comunitariamente?
Hno. Teodoro Berzal
Madrid, agosto de 2015
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